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A diferencia de los deportistas convencionales, que suelen vender revestimientos de aluminio y pronunciar discursos enlatados en banquetes atléticos de escuelas parroquiales fuera de temporada, los pilotos de carreras nunca se despojan de su imagen cuando abandonan el estadio. Se supone que son alocados y nómadas soldados de fortuna que se dedican a salvajes empresas en cada momento en que están despiertos.