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La alegría terrenal sólo puede emprender un vuelo de murciélago, siempre frenado, siempre limitado, en el crepúsculo y la oscuridad. Pero el amor de Cristo rompe la bóveda y nos lleva al cielo libre, expandiéndose hasta el mismo trono de Jehová y atrayéndonos hacia las alturas infinitas de la gloria.