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Para multitudes de sufrientes en lechos de dolor y languidez, Jesús ha sido hoy el gran médico; en muchos círculos de llanto en torno al precioso polvo, Él ha sido el divino consolador, y las lágrimas casi han cesado de fluir cuando este Jesús ha tocado el féretro. Labios moribundos han susurrado Su nombre, y el valle de la sombra ha sido iluminado como con la gloria de las costas celestiales.