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En el siglo que acaba de pasar, muchos miembros de la élite intelectual enloquecieron. Fue como si, con la muerte de Dios, todo el mundo se convirtiera de repente en un salvador que quisiera aniquilar el obsoleto orden mundial o instaurar una utopía. Naturalmente, entre los enloquecidos había escritores. El hecho de que tuvieran conocimientos no eximía a los intelectuales: hay locura en todas partes. Cuando uno pierde el control de sí mismo, el resultado es la locura.