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En el año 302, el emperador romano Diocleciano ordenó "que hubiera baratura", declarando: "La codicia sin principios aparece dondequiera que nuestros ejércitos ... marchen. ... Nuestra ley fijará una medida y un límite a esta avaricia". El resultado previsible de los controles de precios de los alimentos de Diocleciano fueron los mercados negros, el hambre y la confiscación de alimentos por parte de sus soldados. A pesar de la desastrosa historia de los controles de precios, los políticos nunca consiguen resistirse a manipular los precios: no es una observación halagadora de su capacidad de aprendizaje.