Es un error pensar que estos hombres eran soñadores visionarios que jugaban en Filadelfia con concepciones abstractas de la teoría política, sacando de la nada un esquema de gobierno como un conejo de la chistera. Es cierto que muchos de ellos habían leído y estudiado lo suficiente sobre la ciencia política como para avergonzar al estadista medio de hoy en día. Pero la ciencia política era para ellos un tema de debate extremadamente práctico, que trataba de la gestión de un gobierno, y no, como hoy, una rama de la enseñanza superior reservada a los estudiantes de posgrado.