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Lo que ocurrió en realidad fue que Rolling Stone me pagó mil quinientos dólares por el uso de todos los dibujos -unos veinticuatro- y luego se ofreció a comprarme los originales, lo que mi agente calificó de "buena jugada". Vendió todo el maldito tesoro a Jann Wenner por la suma principesca de sesenta dólares por dibujo. Lamento el día en que dejé que me convenciera.