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La humanidad ha estado durmiendo -y sigue durmiendo- adormecida dentro de las alegrías estrechamente confinadas de sus pequeños amores cerrados. En el fondo de la multitud humana dormita un inmenso poder espiritual que sólo se manifestará cuando hayamos aprendido a romper los muros divisorios de nuestro egoísmo y a elevarnos a una perspectiva enteramente nueva, de modo que, habitualmente y de manera práctica, fijemos nuestra mirada en las realidades universales.