-
Cuando se obliga a la gente a permanecer en silencio cuando se le dicen las mentiras más evidentes, o peor aún, cuando se les obliga a repetir las mentiras ellos mismos, pierden de una vez por todas su sentido de la probidad. Asentir a mentiras evidentes es cooperar con el mal y, en cierto modo, convertirse uno mismo en el mal. La capacidad de resistirse a cualquier cosa se ve así erosionada, e incluso destruida. Una sociedad de mentirosos castrados es fácil de controlar.