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Las prácticas cuaresmales de renuncia a los placeres son un buen recordatorio de que el propósito de la vida no es el placer. El propósito de la vida es alcanzar la vida perfecta, toda la verdad y el amor extático e imperecedero, que es la definición de Dios. En la búsqueda de ese objetivo encontramos la felicidad. El placer no es el propósito de nada; el placer es un subproducto resultante de hacer algo que es bueno. Una de las mejores formas de obtener felicidad y placer en la vida es preguntarnos: "¿Cómo puedo complacer a Dios?" y "¿Por qué no soy mejor?". El que busca el placer se aburre, porque todos los placeres disminuyen con la repetición.