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El que escribe puede ser considerado como una especie de retador general, a quien todos tienen derecho a atacar; puesto que abandona el rango común de la vida, se adelanta más allá de las listas y ofrece su mérito al juicio público. Comenzar a escribir es reclamar elogios, y nadie puede aspirar al honor si no es a riesgo de caer en desgracia.