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La diversión de cebar a un autor cuenta con la aprobación de todas las épocas y naciones, y es más lícita que el deporte de burlarse de otros animales, porque, en su mayor parte, acude voluntariamente a la hoguera, provisto, como imagina, por los poderes protectores de la literatura, de armas resistentes y armaduras impenetrables, con la cota de malla del jabalí de Erymanth y las zarpas del león de Nemea.