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Yo mismo pasé nueve años en un manicomio y nunca tuve la obsesión del suicidio, pero sé que cada conversación con un psiquiatra, cada mañana a la hora de su visita, me daban ganas de ahorcarme, al darme cuenta de que no sería capaz de degollarlo.
Yo mismo pasé nueve años en un manicomio y nunca tuve la obsesión del suicidio, pero sé que cada conversación con un psiquiatra, cada mañana a la hora de su visita, me daban ganas de ahorcarme, al darme cuenta de que no sería capaz de degollarlo.