La riqueza procedente del comercio fue el principal motor del avance material de Occidente; los agentes visibles del cambio fueron las grandes armas. Éstas alcanzaron su madurez en Europa en el siglo XV. En tierra, su potencia para reducir las murallas de los castillos favoreció al poder central frente al local, ya que en general sólo los monarcas podían permitirse trenes de asedio; así, las naciones-estado se consolidaron y extendieron hasta convertirse en grandes imperios territoriales. En el mar, los cañones transformaron los veleros en castillos móviles prácticamente inexpugnables para los adversarios que carecían de artillería igualmente poderosa. Con los buques de guerra artillados, Europa occidental comenzó a extenderse por todo el mundo.