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A lo lejos, en el sendero, vimos a Sir Henry mirando hacia atrás, con el rostro blanco a la luz de la luna, las manos levantadas en señal de horror, mirando impotente a la cosa espantosa que le estaba dando caza. Pero aquel grito de dolor del sabueso había desvanecido todos nuestros temores. Si era vulnerable, era mortal, y si podíamos herirlo, podíamos matarlo. Nunca he visto a un hombre correr como Holmes corrió esa noche.