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Las amplias y ricas hectáreas de nuestras llanuras agrícolas han sido preservadas por la naturaleza durante mucho tiempo para convertirse en su regalo sin trabas a un pueblo civilizado y libre, sobre el cual deberían descansar, en propiedad bien distribuida, los numerosos hogares de ciudadanos ilustrados, iguales y fraternales... Ni nuestras vastas extensiones de las llamadas tierras desiertas deben ser entregadas al monopolio de corporaciones o individuos codiciosos, como parece ser la tendencia bajo el estatuto existente.