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  • Nos inclinamos a pensar que Dios no puede explicar sus propios secretos y que Él mismo desearía un poco de información sobre ciertos puntos. Los mortales le asombramos tanto como Él a nosotros. Pero es este Ser de la materia; ahí está el nudo con el que nos ahogamos. Tan pronto como dices Yo, un Dios, una Naturaleza, tan pronto saltas de tu taburete y cuelgas de la viga. Sí, esa palabra es el verdugo. Quita a Dios del diccionario, y lo tendrías en la calle.

    Herman Melville (2013). “Delphi Complete Works of Herman Melville (Illustrated)”, p.4889, Delphi Classics