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Sin embargo, tenemos este curioso espectáculo: todos los días el loro amaestrado en el púlpito se entrega gravemente a estas ironías, que ha adquirido de segunda mano y adoptado sin examinarlas, a una congregación amaestrada que las acepta sin examinarlas, y ni el orador ni el oyente se ríen de sí mismos. Parece como si debiéramos ser humildes cuando estamos en un banco de exhibición, y no darnos aires de superioridad intelectual allí.