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Cuando un escritor honesto descubre una imposición, su simple deber es desnudarla y arrojarla de su lugar de honor, sin importar quién sufra por ello; cualquier otro proceder le haría indigno de la confianza del público.
Cuando un escritor honesto descubre una imposición, su simple deber es desnudarla y arrojarla de su lugar de honor, sin importar quién sufra por ello; cualquier otro proceder le haría indigno de la confianza del público.