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Orma movió una pila de libros de un taburete para mí, pero se sentó directamente en otra pila. Esta costumbre suya nunca dejaba de divertirme. Los dragones ya no atesoraban oro; las reformas de Comonot lo habían prohibido. Para Orma y su generación, el conocimiento era un tesoro. Como habían hecho los dragones a lo largo de los siglos, él lo reunía y luego se sentaba sobre él.