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A medida que el delfín se convierte en una víctima más de las actitudes utilitarias de la humanidad hacia la tierra, parece como si la antigua amistad entre nuestras respectivas especies ya no fuera totalmente recíproca. Tal explotación no es más evidente en ninguna parte que en la captura y exhibición de cetáceos con fines lucrativos. Despojados de su identidad natural, privados de su propia cultura y entorno, el delfín y la ballena encarcelados en el oceanario no sólo simbolizan un abuso de esa antigua relación, sino sobre todo nuestro alejamiento de la naturaleza en su conjunto.