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Nosotros, locos como estamos todos por las riquezas, ¿escuchamos con bastante frecuencia desde el púlpito el espíritu de aquellas palabras en las que Dean Swift, en su epitafio sobre el opulento y despilfarrador coronel Chartres, anuncia la poca estima de la riqueza a los ojos de Dios, por el hecho de que Él la prodiga así a la más mezquina y ruin de sus criaturas?