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Hay casas en ciertas ciudades de provincia cuyo aspecto inspira melancolía, parecida a la que suscitan los claustros sombríos, los páramos lóbregos o la desolación de las ruinas. Dentro de estas casas hay, tal vez, el silencio del claustro, la esterilidad de los páramos, el esqueleto de las ruinas; la vida y el movimiento están allí tan estancados que un extraño podría pensar que están deshabitadas, si no fuera porque de pronto se encuentra con la mirada pálida y fría de una persona inmóvil, cuyo rostro medio monacal se asoma más allá del marco de la ventana al oír un paso desacostumbrado.