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A un orador aburrido, como a una mujer sencilla, se le atribuyen todas las virtudes, pues suponemos caritativamente que una superficie tan poco atractiva debe ser compensada por bendiciones interiores.
A un orador aburrido, como a una mujer sencilla, se le atribuyen todas las virtudes, pues suponemos caritativamente que una superficie tan poco atractiva debe ser compensada por bendiciones interiores.