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La naturaleza ha desplegado todo su arte en embellecer el rostro; lo ha tocado con bermellón, ha plantado en él una doble hilera de marfil, lo ha convertido en el asiento de sonrisas y rubores, lo ha iluminado y animado con el brillo de los ojos, lo ha colgado a cada lado con curiosos órganos del sentido, le ha dado aires y gracias que no se pueden describir, y lo ha rodeado de una sombra de cabello tan fluida que pone todas sus bellezas bajo la luz más agradable.