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Siempre he odiado la biografía y, más especialmente, la autobiografía. Si se trata de una biografía, el escritor invariablemente encuentra necesario llenar al sujeto de alabanzas, halagos y adulación e investirlo con todas las gracias cristianas. Si se trata de una autobiografía, se sigue el mismo plan, pero el escritor se disculpa por ello.