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No creo que nadie que no sea poeta pueda darse cuenta de la agonía que supone crear un poema. Cada nervio, incluso cada músculo, parece tensarse hasta el punto de ruptura. No se puede negar el poema; negarse a escribirlo sería una tortura mayor. Se abre camino a través del cerebro, astillando y rompiendo su paso, y deja ese órgano en el estado de un pez gelatinoso cuando la tarea está terminada.