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  • New York era la única ciudad que conocía en el mundo en la que podías sentirte desesperadamente solo a las nueve de la mañana, cruzar la calle para comprar un panecillo en Gristede's, y descubrir que siete horas más tarde estabas tomando café irlandés en P.J. Clarke's con todos los amigos que habías heredado por el camino.