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Si niegas cualquier afinidad con otra persona o clase de persona, si la declaras totalmente diferente de ti -como los hombres han hecho con las mujeres, y las clases con las clases, y las naciones con las naciones-, puedes odiarla o deificarla; pero en cualquier caso has negado su igualdad espiritual y su realidad humana. Lo has convertido en una cosa, con la que la única relación posible es una relación de poder. Y así has empobrecido fatalmente tu propia realidad.