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El entusiasmo siempre está relacionado con los sentidos, sea cual sea el objeto que lo excita. La verdadera fuerza de la virtud es la serenidad de ánimo, unida a la determinación deliberada y firme de ejecutar sus leyes. Esa es la condición saludable de la vida moral; por otro lado, el entusiasmo, incluso cuando es excitado por representaciones de bondad, es un resplandor brillante pero febril que sólo deja tras de sí agotamiento y languidez.