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  • Los misterios de la fe no deben [ser] explicados precipitadamente a nadie. Por lo general, de hecho, no pueden ser comprendidos por todos, sino sólo por aquellos que están cualificados para entenderlos con inteligencia informada. La profundidad de las Escrituras divinas es tal que no sólo los analfabetos y los no iniciados tienen dificultades para comprenderlas, sino también los instruidos y los dotados.