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Nuestros corazones son continuamente rebeldes. Cada vez que pecamos en pensamiento, palabra, o hecho, estamos esencialmente diciendo en ese momento que, "No te necesito Dios. No te quiero Dios. Me gusta más mi camino que el tuyo". Si esto continúa día tras día, año tras año, mes tras mes, sería comprensible que Dios dijera: "Te he dado diez trillones de intentos. Estás acabado". Pero no es así. Así que, en ese sentido, Su gracia es siempre sorprendente, nunca deja de ser asombrosa y Su misericordia es notablemente escandalosa.