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El acto de sustraer voluntariamente de la propia reserva limitada de lo bueno y lo agradable en aras de aumentar la de los demás refleja la comprensión de que la felicidad individual necesita una base más amplia que la mera satisfacción de las pasiones egoístas. A partir de ahí, no hay que dar un paso tan grande para darse cuenta de que respetar las susceptibilidades y los derechos de los demás es tan importante como defender las susceptibilidades y los derechos propios si se quiere salvaguardar la sociedad civilizada.