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Los oyentes más inteligentes son los que disfrutan más de corazón de la predicación más sencilla. No son ellos los que claman por sermones superlativamente intelectuales o estéticos. Daniel Webster solía quejarse de algunos de los sermones que escuchaba. "En la casa de Dios" quería meditar "sobre las variedades sencillas y los hechos indudables de la religión", no sobre misterios y abstracciones.