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Confesemos una verdad, humillante para el orgullo humano: sólo una pequeñísima parte de las opiniones del filósofo más frío son el resultado de un razonamiento justo; el resto se forma por su educación, su temperamento, por la época en que vive, por trenes de pensamiento dirigidos a una pista particular a través de alguna asociación accidental; en resumen, por prejuicios.