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Me volví intensamente consciente del ser de los árboles. El tacto de la corteza rugosa y calentada por el sol de un antiguo gigante del bosque, o la piel fría y suave de un árbol joven y ansioso, me daban una sensación extraña e intuitiva de la savia absorbida por raíces invisibles y llevada hasta las puntas de las ramas, en lo alto.