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La infatuación es una de esas enfermedades ligeramente cómicas que son a la vez tan indignas y tan dolorosas que un mundo de buenas intenciones hace todo lo posible por ignorar su existencia por completo, refiriéndose a ellas sólo bajo provocación y luego con disculpas, pero, al igual que su hermano más material, este forúnculo en el cuello del espíritu difícilmente puede ser olvidado ni por el que lo sufre ni por nadie de su entorno. La enfermedad es ridícula, triste, insoportable y, sobre todo, diagnosticable al instante.