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No hace falta mucho para ser un buen comerciante del amor al contado: sólo coraje, una capacidad infinita para la sospecha perpetua, resistencia las 24 horas del día, la convicción inquebrantable de que el cliente siempre se equivoca, un buen conocimiento de primeros y segundos auxilios, ginecología de bricolaje, judo... y un tremendo sentido del humor.