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La verdad, la aceptación de la verdad, es una experiencia demoledora. Hace añicos la mortaja del trance cultural. Destruye la petulancia, la arrogancia, la superioridad y la prepotencia. Exige el reconocimiento de la responsabilidad por la naturaleza y la calidad de cada una de nuestras vidas, de nuestra vida interior y de la vida del mundo. La verdad, aceptada interiormente, la verdad que humilla, hace a uno vulnerable. No se puede tener razón, ser santurrón y veraz al mismo tiempo.