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La historia presenta los rasgos más agradables de la poesía y la ficción: la majestuosidad de la epopeya, los conmovedores accidentes del drama, las sorpresas y la moraleja del romance. Wallace es un Héctor más grosero; Robinson Crusoe no es más extraño que Creso; los Caballeros de Ashby nunca iluminan la página de Scott con luces más ricas de lanza y armadura que las que los cartagineses, serpenteando por los Alpes, arrojan sobre Livio.