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Una vez firmados varios formularios, me separaron de mi libre albedrío, me condujeron por los pasillos a una habitación que ahora iba a ser el límite de mi existencia, me dijeron que entregara mi ropa, me entregaron ese invento cómico, la bata de hospital, y me enviaron a la cama a plena luz del día como a una niña a la que despojan de sus privilegios.