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A menudo nos asombramos de que ciertos hombres y mujeres sean abandonados por Dios a la comisión de pecados que nos escandalizan. Nos preguntamos cómo, bajo la tentación de una sola hora, caen desde las alturas de la virtud y del honor en el pecado y la vergüenza. El hecho es que no hay caídas como éstas, o casi no las hay. Estos hombres y mujeres son los que han jugado con la tentación, se han expuesto a la influencia de ella y han sido debilitados y corrompidos por ella.