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Un niño que ha sido herido por uno de sus padres espera toda su vida a que él reconozca el mal que le ha hecho, a que le diga que su dolor es real, que lo siente y que va a repararlo. El niño esperará para siempre, incapaz de seguir adelante, incapaz de perdonar, sin alguien que reconozca el pasado. En esa impotencia surge una rabia terrible.