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Los indios siguen considerando a los blancos un pueblo brutal que trata a sus hijos como a enemigos; también como juguetes, mimándolos como a mascotas consentidas o juguetes frágiles, pero por debajo siempre como enemigos, enemigos a los que hay que contener, sobornar, espiar y castigar. Creen que los niños así tratados crecerán tan dependientes e inmaduros como las mascotas y los juguetes, y tan iracundos y peligrosos como los enemigos dentro del círculo familiar, a los que hay que apaciguar y combatir.