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Dios me había puesto de rodillas y me había hecho reconocer mi propia nada, y de ese conocimiento había renacido. Yo ya no era el centro de mi vida y, por tanto, podía ver a Dios en todo.
Dios me había puesto de rodillas y me había hecho reconocer mi propia nada, y de ese conocimiento había renacido. Yo ya no era el centro de mi vida y, por tanto, podía ver a Dios en todo.