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Hasta bien entrado el siglo XIX, casi todas las ramas de la ciencia y la medicina afirmaban que la lectura, la escritura y el pensamiento eran peligrosos para las mujeres. Los artículos de The Lancet declaraban que el cerebro de las mujeres estallaría y su útero se atrofiaría si se dedicaban a cualquier forma de pensamiento riguroso. El famoso médico J.D. Kellogg insistía en que la lectura de novelas era la principal causa de enfermedades uterinas entre las mujeres jóvenes e instaba a los padres a proteger a sus hijas de las temidas consecuencias de la letra impresa.