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Es imposible para la mente que no está totalmente desprovista de piedad, contemplar las sublimes, las espantosas, las asombrosas obras de la creación y de la providencia -los cielos con sus luminarias, las montañas, el océano, la tormenta, el terremoto, el volcán, el circuito de las estaciones, y las revoluciones de los imperios- sin notar en todas ellas la poderosa mano de Dios, y sentir fuertes emociones de reverencia hacia el Autor de estas obras estupendas.