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La vanidad encuentra en el amor propio un aliado tan poderoso que asalta, como si fuera un golpe de mano, la ciudadela de nuestras cabezas, donde, habiendo cegado a los dos vigilantes, desciende fácilmente al corazón.
La vanidad encuentra en el amor propio un aliado tan poderoso que asalta, como si fuera un golpe de mano, la ciudadela de nuestras cabezas, donde, habiendo cegado a los dos vigilantes, desciende fácilmente al corazón.