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La música era lo único que podía controlar. Era el único mundo que me ofrecía libertad. Cuando tocaba música, mis pesadillas terminaban. Mis problemas familiares desaparecían. No tenía que buscar respuestas. Las respuestas no estaban más allá de la campana de mi trompeta y mis partituras garabateadas a lápiz. La música me hacía pleno, fuerte, popular, autosuficiente y guay.