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Una amiga nuestra, esposa de un pastor de una iglesia de Colorado, me contó una vez algo que dijo su hija Hannah cuando tenía tres años. Un domingo, al terminar el servicio de la mañana, Hannah tiró de la falda de su madre y le preguntó. "Mami, ¿por qué algunas personas en la iglesia tienen luces sobre la cabeza y otras no?". En aquel momento, recuerdo que pensé dos cosas: Primero, me habría arrodillado y le habría preguntado a Hannah: "¿Tengo una luz sobre la cabeza? Por favor, di que sí". También me preguntaba qué había visto Hannah, y si lo había visto porque, como mi hijo, tenía una fe infantil.